Por qué el diagnóstico puede ser complicado y qué es lo que usted puede hacer para contribuir a mejorarlo
Los síntomas de la FA son bien conocidos: una sensación de aleteo que puede asociarse a un músculo cardíaco tembloroso, la marcada ausencia de un latido que señala una palpitación y una frecuencia cardíaca acelerada que desencadena otras molestias. ¿Pero hasta qué punto se diferencian estos síntomas? ¿Se puede confundir con otro trastorno?
La respuesta más breve es sí, se pueden confundir. Además, en ocasiones la FA presenta unos síntomas tan leves que los pacientes no les dan más importancia. En los dos casos, usted podría correr peligro, ya que vivir con una FA no diagnosticada ni controlada puede causar muchísimas complicaciones, lo que incluye el ictus.
¿Cómo se suele diagnosticar la FA?
El diagnóstico comienza con una consulta sincera y exhaustiva con su médico, quien querrá conocer sus síntomas, es decir: ¿qué tipo de malestar está padeciendo?, ¿con qué frecuencia?, ¿cuánto tiempo suele durar un episodio típico? Una vez que se lo haya explicado todo, tendrá en cuenta sus antecedentes médicos y seguirá investigando con algunas pruebas específicas.
Algunas de las más frecuentes son:
Electrocardiograma ECG): una prueba cardíaca no invasiva y fiable; el ECG es una herramienta clínica fundamental para diagnosticar la FA. Ahora usted puede utilizar la misma tecnología sin acudir a la consulta del médico.
Comprobación del pulso, la tensión arterial y los pulmones: por lo general, esta es una de las primeras cosas que hará su médico para descartar otras enfermedades que podrían estar enmascaradas, como un trastorno en el ritmo cardíaco.
Prueba de estrés: se trata de una prueba que también se conoce como «prueba de esfuerzo» y que implica la medición de cómo se comporta el corazón durante el ejercicio cardiovascular. Se puede realizar en una cinta rodante o en otra máquina de cardio.
Monitor Holter o monitor de episodios: los dispositivos ECG portátiles pueden servir para detectar la FA que aparece y desaparece, también conocida como «FA paroxística». Esta prueba requiere llevar estos tipos de monitores en el cuerpo durante un período de tiempo prolongado para poder detectar y registrar un episodio de FA.
Hay que tener en cuenta que ninguna prueba es una garantía. La FA podría pasarse por alto, no detectarse o diagnosticarse erróneamente durante años.
¿Por qué se diagnostica erróneamente la FA?
Las pruebas clínicas suelen ser eficaces, pero no al 100 %. En algunos casos, no es la prueba la que falla, sino que se hace una interpretación errónea de los resultados de las pruebas.
Los ECG son útiles, pero incluso los ordenadores pueden cometer errores. A veces el algoritmo del ordenador interpreta algo erróneamente como una FA cuando en realidad no lo es. Si el médico no se da cuenta de este error al interpretar los resultados de la prueba, podría diagnosticarle incorrectamente al paciente una FA. Este fenómeno se conoce como fibrilación auricular falsa, algo que a la comunidad médica le preocupa cada vez más.
También existe un componente genético en la FA: su probabilidad de desarrollar el trastorno es más alto si le han diagnosticado FA a un familiar cercano. Por ello es fundamental relatar los antecedentes familiares de forma precisa y completa para obtener el diagnóstico correcto. Si no tiene claros los antecedentes médicos de su familia o un miembro de su familia ha vivido con FA sin darse cuenta de ello, es posible que su médico se esté perdiendo una pieza fundamental del rompecabezas.
¿Qué enfermedades se suelen confundir con la FA?
Los trastornos médicos suelen coincidir en el tiempo, por lo que el diagnóstico se complica. Puesto que los síntomas y las molestias de la FA pueden ser subjetivos, no es infrecuente que se confunda la FA con estos otros problemas de salud:
Taquicardia y otras arritmias. La taquicardia —una frecuencia cardíaca anormalmente rápida— se puede confundir con la FA, porque suele ser un síntoma de esta. La taquicardia puede aparecer a partir de una infección, una cardiopatía, anomalías congénitas o por otras causas, y se puede confundir como una FA persistente.
Ansiedad y ataques de pánico. La ansiedad y la FA van parejas, en el caso de muchas personas. Las dos dolencias suelen retroalimentarse, con lo que se genera un ciclo de ansiedad, tensión y malestar en el pecho. Puesto que un ataque de ansiedad puede llegar a manifestarse de la misma forma que un episodio de FA, esto nos puede llevar al engaño de creer que padecemos una enfermedad cardíaca: los ataques de pánico también surgen de repente y afectan a la persona con síntomas evidentes como palpitaciones, tensión muscular, sensación de mareo e incluso dolor en el pecho.
Hipertiroidismo (enfermedad de Graves). Los problemas de tiroides pueden tener consecuencias en todo el organismo. Cuando la tiroides es hiperactiva (lo que se conoce clínicamente como «hipertiroidismo»), el metabolismo se sobrecarga y la frecuencia cardíaca puede aumentar. Además de una frecuencia cardíaca acelerada y palpitaciones, ¿ha perdido peso sin un motivo aparente? En caso afirmativo, es posible que la culpable sea la tiroides. El riesgo de padecer hipertiroidismo y FA a la vez aumenta con la edad, por lo que las dos enfermedades pueden llegar a confundirse en pacientes de más de 50 años.
Trastornos cardíacos subyacentes . Una enfermedad en las arterias coronarias, un trastorno en las válvulas cardíacas y otras anomalías del músculo del corazón pueden provocar FA con el paso del tiempo. En estos casos, el tratamiento de los síntomas de la FA probablemente no sea del todo eficaz. Hay que tratar el problema de raíz —el trastorno cardíaco subyacente— para paliar los síntomas de la FA.
Las consecuencias de un error diagnóstico
En el mejor de los casos, que le diagnostiquen una FA como otra enfermedad (o al revés) no tiene por qué causar ningún sufrimiento innecesario y puede ayudar a prevenir algunas molestias. En el peor de los casos, sin embargo, puede registrarse una reacción potencialmente mortal al tratamiento inadecuado, por lo que es sumamente importante obtener el diagnóstico correcto desde el principio.
Una FA no tratada tendrá como consecuencia un riesgo más elevado de ictus, y los síntomas pueden empeorar conforme pasen los años. Y si la FA es, en realidad, un síntoma de otra dolencia subyacente, podría correr el peligro de sufrir un acontecimiento adverso grave.
Siempre es mejor prevenir que curar. Dedique el tiempo necesario a consultar a su médico, comentar con él sus preocupaciones y antecedentes médicos y obtener una segunda opinión, si considera que le servirá de ayuda. En el mundo de la medicina, el diagnóstico erróneo es una realidad, pero las personas que son proactivas y cooperan con su médico para resolver las incertidumbres jugarán con ventaja.